sábado, 4 de abril de 2015

LOS QUE HACEN POR NATURALEZA LAS COSAS DE LA LEY

El apóstol Pablo habló de los “de las naciones” que no conocen a Dios, pero “hacen por naturaleza las cosas de la ley” (Romanos 2:14). 

Todo el mundo, agnósticos incluidos, nace con una conciencia, y muchos tratan de seguir sus dictados aunque no crean en el Dios que les dió ese sentido innato de lo correcto e incorrecto. No obstante, la fe firme en Dios, la fe cuyo fundamento es la Biblia, es una fuerza mucho más poderosa para el bien que la guía exclusiva de la conciencia. La fe basada en la Palabra de Dios, la Biblia, forma la conciencia, agudiza la capacidad de esta para distinguir lo correcto de lo incorrecto (Hebreos 5:14). Además, la fe da fuerzas para mantener principios elevados ante presión extrema.

Por ejemplo, durante el siglo XX, en muchos países ha habido regímenes políticos corruptos que han forzado a personas que parecían decentes a cometer atrocidades espantosas. En cambio, quienes tenían verdadera fe en Dios rehusaron transigir en cuanto a sus principios, aun a riesgo de su vida. Además, la fe basada en la Biblia cambia a la gente. Salva vidas que parecían perdidas y ayuda a las personas a no cometer errores graves.

El apóstol Pablo dijo que la fe “es la expectativa segura de las cosas que se esperan, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen” (Hebreos 11:1). Por tanto, la fe incluye una creencia firme en cosas no vistas, creencia que se apoya en pruebas irrefutables. Entraña, sobre todo, no abrigar ninguna duda de que Dios existe, de que se interesa por nosotros y de que bendecirá a quienes hagan su voluntad. El apóstol dijo también: “El que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que llega a ser remunerador de los que le buscan solícitamente” (Hebreos 11:6).

“La palabra de Dios es viva, y ejerce poder” (Hebreos 4:12)

La ley es un pozo sin fondo, [...] todo lo devora.” Esta aseveración apareció en un libro de 1712 que deploraba la existencia de un régimen jurídico cuyos procesos llegaban a demorarse años en los tribunales, lo que conducía a la bancarrota a quienes demandaban justicia. Hoy, los sistemas legales y judiciales de muchas naciones son tan intrincados y se ven plagados de tantos abusos, prejuicios e incongruencias, que la ley ha caído en el descrédito general.
En contraposición, fijémonos en unas palabras redactadas hace unos dos mil setecientos años: “¡Cómo amo tu ley, sí!” (Salmo 119:97). ¿Por qué eran tan intensos los sentimientos del escritor? Porque la legislación que elogiaba no emanaba de un gobierno civil, sino de Jehová Dios. Si estudiamos sus disposiciones, compartiremos cada día con más convicción el pensar del salmista y, además, entenderemos mejor a la mayor mente judicial del universo.

“Uno solo hay que es legislador y juez”, dice la Biblia (Santiago 4:12). En efecto, Jehová es el único y verdadero Legislador. Hasta los movimientos de los cuerpos siderales se rigen por “las leyes de los cielos” (Job 38:33Biblia de América). Las miríadas de santos ángeles siguen igualmente los preceptos divinos, pues son ministros del Supremo que le sirven dentro de un orden jerárquico (Salmo 104:4; Hebreos 1:7, 14).

Jehová también ha legislado para el ser humano. Toda persona está dotada de una conciencia, la cual es un reflejo del sentido divino de la justicia y una especie de ley interna que le facilita discernir el bien del mal (Romanos 2:14). Dado que a nuestros primeros padres se les bendijo con una conciencia perfecta, solo necesitaban unos pocos preceptos (Génesis 2:15-17). En cambio, el hombre imperfecto precisa de más leyes para que lo orienten en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Patriarcas como Noé, Abrahán y Jacob recibieron disposiciones divinas y las transmitieron a sus familias (Génesis 6:22; 9:3-6; 18:19; 26:4, 5). Jehová hizo que él mismo llegara a ser Legislador de un modo sin precedentes al transmitir mediante Moisés a la nación de Israel un código, el cual nos permite entender más a fondo Su sentido de la justicia.

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