sábado, 4 de abril de 2015

Nunca juzgues por las apariencias

Cuando conocemos a alguien por primera vez, tendemos a formarnos una opinión de la persona basándonos en experiencias anteriores. Lo más probable es que generalicemos y la juzguemos según ideas preconcebidas. Aparte de la apariencia física, otros aspectos como la nacionalidad, la raza, la religión o el nivel económico pueden influir en nuestro juicio.

Si somos honrados, deberíamos echar a un lado nuestra opinión preconcebida y limitarnos a los hechos. De lo contrario, podríamos lastimar o incluso perjudicar gravemente a otros tan solo porque nuestro orgullo nos impide reconocer que no somos infalibles. Por lo general, guiarse por las apariencias no solo perjudica a la víctima, sino también a quien juzga.

Muchas personas piensan que se puede juzgar a alguien sin equivocarse con solo observar su aspecto.

Al ver la siguiente foto el primer pensamiento que le pasa por la mente es que este joven pudiera ser un empresario exitoso, un administrativo, un gran profesional, el novio ideal para su hija, etc porqué la cultura occidental  aceptó como patrón o modelo de cualidades o de conducta que un joven atractivo, debidamente afeitado y vestido es una persona sin tacha.



Esta es la verdadera identidad del joven de la foto:
http://www.republica.com.uy/las-confesiones-del-prostituto-mas-cotizado-de-europa/
http://www.bekia.es/celebrities/noticias/leonardo-lucatto-mejor-sido-escort-cantidad-gente-ayudado-labor-social/

Y si a usted le muestran una foto como la siguiente seguramente pensaría que es un mendigo, un indigente, un borracho, un vago, etc y seguramente se alejaría y no escucharía lo que tuviera que decirle esta persona.


Más adelante se sorprenderá de ver quién es el personaje de la foto.

Un caso típico de alguien que se dejó llevar por la primera impresión lo encontramos en la Biblia, en el primer libro de Samuel. Jehová Dios mandó al profeta Samuel a la casa de Jesé para que ungiera a uno de sus hijos como futuro rey de Israel. A ninguno se le había pasado por la cabeza llamar al joven David (1 Samuel 16:6-12). A diferencia de los seres humanos, que tienden a basar su opinión en lo que ven, Jehová Dios ve más allá del aspecto físico.



Jehová también nos asegura que “no trata a nadie con parcialidad ni acepta soborno” (Deuteronomio 10:17). A diferencia de muchos seres humanos poderosos o influyentes, no deja que pesen en sus decisiones las riquezas materiales o las apariencias, ni tiene prejuicios ni favoritismos de ningún tipo.

Vivimos en un mundo obsesionado con la belleza física. ¡Qué bueno que Jehová Dios no se deja llevar por las apariencias! A él no le importa si somos altos o bajos, guapos o feos, sino cómo es nuestro corazón. ¿No nos motiva esto a cultivar cualidades hermosas que agraden a Dios?

¿Qué autoexamen debemos hacernos si tendemos a ser criticones?

A lo largo de la historia, Satanás “ha cegado las mentes” de millones de personas (2 Corintios 4:4). Es más, incluso hoy día sigue engañando “a toda la tierra habitada” (Revelación [Apocalipsis] 12:9).

El Diablo está al acecho de los siervos de Jehová. Pero su objetivo no es necesariamente matarlos, como haría un cazador con una presa. Más bien, lo que pretende es capturarlos vivos para utilizarlos como le plazca (léase 2 Timoteo 2:24-26). El Diablo nos estudia a cada uno por separado. Primero se fija en cómo somos y en qué hábitos tenemos y, después, nos tiende sutiles trampas con el objetivo de capturarnos vivos (2 Timoteo 2:26). Caer en sus trampas puede llevarnos a la ruina espiritual y, finalmente, a la destrucción. De modo que si queremos escapar de este “pajarero”, nos conviene conocer sus trampas.

 En el siglo I, por ejemplo, muchos judíos se negaron a considerar la posibilidad de que Jesús fuera el Mesías prometido. ¿Por qué? Porque se fiaron de lasapariencias y solo lo vieron como el hijo de un carpintero rural. Aunque los impresionaban la sabiduría de Jesús y sus milagros, no quisieron admitir que sus ideas preconcebidas eran erróneas y que Jesús era mucho más que un simple carpintero. Debido a la actitud orgullosa que tenían, Jesús se marchó a predicar a otro lugar y afirmó: “El profeta no carece de honra sino en su propio territorio y en su propia casa” (Mateo 13:54-58).

Esos judíos pertenecían a una nación que había estado esperando al Mesías durante siglos. Como dejaron que las apariencias los cegaran, no lo reconocieron. Ese error les costó caro, pues perdieron el favor de Dios (Mateo 23:37-39). Muchos tenían prejuicios similares contra los primeros seguidores de Jesús. No podían creer que un puñado de humildes pescadores —despreciados por los intelectuales y los líderes religiosos— tuviera algo importante que decir. Quienes insistieron en dejarse llevar por las aparienciasperdieron la magnífica oportunidad de ser discípulos del Hijo de Dios (Juan 1:10-12).

En Éxodo 4:10 se presenta a Moisés –algo reiterativo en las vocaciones, llamadas y envíos bíblicos- como alguien que se resiste a la misión encomendada por Dios porque “no tenía facilidad de palabra”. Hay quienes lo interpretan como tartamudez o labio leporino, si fue asi esto no significó un impedimento para ser caudillo de la nación de Israel, mediador del pacto de la Ley, profeta, juez, comandante, historiador y escritor. (Esd 3:2.)




Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un hombre vestido de prendas de vestir suaves? ¡Si los que llevan prendas de vestir suaves están en las casas de reyes! (Mateo 11:8)




En efecto el de la foto era Juan el Bautista. Llevaba ropa de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de sus lomos, una vestidura semejante a la del profeta Elías. El alimento de Juan consistía en langostas (saltamontes) y miel silvestre.  Renegó del brillo de los palacios y el palabrerio estéril de los sacerdotes y escribas que hicieron de la LEY un verdadero laberinto. "En verdad les digo: Entre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista; mas el que sea de los menores en el reino de los cielos es mayor que él". (Mateo 11:11). Esto nos dá una idea del concepto que tenía Jesús de Juan el Bautista.


De modo que le dijeron: “Un hombre que poseía una prenda de vestir de pelo, con un cinto de cuero ceñido a sus lomos”. Al instante él dijo: “Fue Elías el tisbita”. (2 Reyes 1:8)

No vivimos en tiempos de profetas ni patriarcas bíblicos, pero si así fuera nos alejaríamos de ellos por su aspecto personal, su apariencia nos haría juzgarlos como indigentes, malhechores, borrachos, drogadictos, portadores de plagas y contagiosos, vagos, etc. Lo mismo pensamos cuando una persona abandona su vida mundana para dedicarse por completo a Jehová, lo primero que se nos ocurre es llamarlos locos. Los cristianos hemos de estar “siempre listos para presentar una defensa” de nuestra fe (1 Ped. 3:15). Si tenemos que hablar de nuestras creencias ante jueces y políticos, debemos copiar el modelo que nos dejó el apóstol al dirigirse a Agripa y Festo. Es posible que les lleguemos al corazón si les explicamos que la verdad bíblica nos ha brindado una mejor calidad de vida tanto a nosotros como a nuestros oyentes. Al escuchar aquel persuasivo testimonio, ninguno de los dos mandatarios se quedó indiferente. Notemos qué sucedió: “Mientras [el apóstol] decía estas cosas en su defensa, Festo dijo con voz fuerte: ‘¡Estás volviéndote loco, Pablo! ¡El gran saber te está impulsando a la locura!’” (Hech. 26:24). Su impetuosa respuesta pudo deberse a una actitud que hoy también es muy común. Ciertamente, no son pocos los que piensan que quienes difunden las verdaderas enseñanzas bíblicas son unos fanáticos. Y a la mayoría de los sabios de este mundo se les atraganta la doctrina cristiana de la resurrección de los muertos. Pero Pablo tenía una buena respuesta para el procurador: “No estoy volviéndome loco, excelentísimo Festo, sino que expreso dichos de verdad y de buen juicio". (Hechos 26:25)

Cuando ciertos contemporáneos de Jesús observaron lo que él hacía, tuvieron la humildad necesaria para cambiar de opinión (Juan 7:45-52). Entre estos hubo varios familiares de Jesús. Al principio no se tomaron muy en serio la posibilidad de que un pariente suyo fuera el Mesías (Juan 7:5). ¡Qué bueno que con el tiempo cambiaron de parecer y mostraron fe en él! (Hechos 1:14; 1 Corintios 9:5; Gálatas 1:19.) Algo parecido ocurrió años más tarde en Roma. Allí, algunos representantes de la comunidad judía estuvieron dispuestos a escuchar a Pablo, en vez de creer los rumores esparcidos por los enemigos del cristianismo. De hecho, varios se hicieron creyentes (Hechos 28:22-24).

Hoy día, muchos tienen una opinión negativa de los testigos de Jehová. ¿A qué se debe? En la mayoría de los casos, no se debe a que hayan analizado los hechos o hayan probado que sus creencias y costumbres sean antibíblicas. Más bien, es porque no pueden creer que los testigos de Jehová enseñen la verdad acerca de Dios. Y como ya vimos, eso es lo que muchos opinaban de los primeros cristianos.

En realidad, no es sorprendente que se hable mal de quienes se esfuerzan por imitar a Jesús. Él mismo advirtió a sus seguidores: “Serán objeto de odio de parte de toda la gente por motivo de mi nombre”. Aun así, los animó al decirles: “El que haya aguantado hasta el fin es el que será salvo” (Mateo 10:22).

Los testigos de Jehová obedecen con entrega el mandato de Jesús de predicar por todo el mundo las buenas nuevas del Reino de Dios (Mateo 28:19, 20). Quienes rechazan este mensaje se exponen a perder la oportunidad de andar por el camino que lleva a la vida eterna (Juan 17:3). ¿Y usted? ¿Se dejará llevar por la primera impresión y por ideas preconcebidas? ¿O estará dispuesto a examinar los hechos con una mente abierta? Recuerde que a menudo las apariencias engañan y que la primera impresión puede ser errónea, pero un análisis imparcial de la realidad puede darle gratas sorpresas (Hechos 17:10-12).

¿Por qué los Testigos cuidan tanto la indumentaria y el arreglo personal?

Por respeto a nuestro Dios. Es cierto que Dios no se deja llevar por las apariencias (1 Samuel 16:7). Sin embargo, cuando nos reunimos para adorarlo, nuestro deseo sincero es mostrar respeto por él y por nuestros hermanos.

Para reflejar los valores por los que nos regimos.

La Biblia exhorta a los cristianos a vestir “con modestia y buen juicio” (1 Timoteo 2:9, 10). Vestir “con modestia” significa llevar ropa que no llame la atención por ser ostentosa, provocativa o reveladora. Además, el “buen juicio” nos lleva a vestir de manera atractiva, no desaliñada o estrambótica. Dentro de estos principios, sin embargo, queda un amplio margen para la elección personal. Una imagen agradable y atractiva puede “[adornar] la enseñanza de nuestro Salvador, Dios”, y glorificarlo sin necesidad de decir una sola palabra (Tito 2:10; 1 Pedro 2:12). El que vayamos bien arreglados a las reuniones influye en la opinión que la gente se forme del pueblo de Jehová.

Para estar limpios y presentables no hace falta ropa cara o super elegante. Basta ver los siguientes ejemplos:


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