lunes, 9 de marzo de 2015

Aprendiendo los caminos de Dios desde la infancia


Según lo relató Kathryn Glass
“Ahora que ha comenzado a estudiar la Biblia y está aprendiendo acerca de los propósitos de Jehová, hay algo que usted debe hacer. Hable constantemente de estas cosas a sus hijitos.”
“Pero, ¡son tan pequeños! Mire, la niña solo tiene cuatro años y el nene acaba de cumplir un año. ¡Las cosas que estamos aprendiendo son profundas!”
¡Con cuánta frecuencia se expresan los padres así! Pero, ¿es cierto que los niñitos no pueden entender las enseñanzas de la Biblia? Bueno, a menudo he usado Proverbios 22:6 para contestar esa pregunta a muchas madres. Dice: “Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él.” Juzgando por mi propia experiencia ese consejo ha resultado cierto en tiempos modernos.
ENTRENAMIENTO TEMPRANO
Fue allá en 1911 que mis padres comenzaron a estudiar la Biblia con la ayuda del juego de libros que se llamaba “Estudios de las Escrituras,” publicados por la Asociación Internacional de los Estudiantes de la Biblia. Todavía yo no había cumplido cuatro años de edad. Tenía un hermanito, y mis padres nos enseñaron acerca de la esperanza gozosa del reino de Dios y de los requisitos de Jehová para los niñitos desde el mismo principio. Más tarde otro hermano y otra hermana fueron añadidos a la familia, y ellos, también, aprendieron junto con nosotros. Así crecimos con los propósitos y promesas de Dios siempre en nuestra mente.
Cada mañana del verano, antes que la mayoría de nosotros llegáramos a la edad escolar, mamá nos reunía junto con algunos niños de los vecinos y cantábamos un cántico del libro Himnos de la Aurora del Milenio. Entonces nos dirigía en una oración corta, después de lo cual se nos hacía un relato bíblico. Además de eso, ella nos estimulaba a ventilar el asunto, para que entendiéramos el significado más profundo. ¡Cómo disfrutábamos de aquellas ocasiones! Y nos ayudaron a apreciar el papel de los diversos personajes bíblicos en los propósitos de Jehová.
La congregación del pueblo de Jehová en nuestra población de Vincennes, Indiana, se reunía en nuestro hogar. A nosotros los niños se nos enseñó a beber agua e ir al baño antes de cada reunión, para que no perturbáramos a nadie después. Aprendimos a sentarnos callados y a escuchar. Entonces, cuando estaba en el tercer año de escuela elemental, recibí mi propio ejemplar de la ayuda para el estudio de la Biblia y me tocó mi turno de leer los párrafos.
Nuestra casa era siempre “casa abierta” para los precursores (conocidos entonces como “repartidores”) que participaban de tiempo cabal en distribuir la literatura de la Sociedad Watch Tower, y para los representantes viajeros de la Sociedad a quienes entonces conocíamos como “hermanos peregrinos.” Sacábamos mucho provecho de aquellas visitas al escuchar sus experiencias.
DECISIÓN A LOS DIEZ AÑOS
Un recuerdo que tengo de una de aquellas visitas todavía se destaca con claridad en mi mente. Yo tenía diez años de edad. El visitante era un “peregrino” que se llamaba W. J. Thorn. Por alguna razón mi madre y nosotros los niños fuimos los únicos presentes en una de las reuniones a cargo de él, de modo que decidió dirigir sus declaraciones a nosotros los jóvenes en particular. Habló sobre la dedicación, y la hizo tan clara y deseable que quedé profundamente impresionada. Cuando me acosté aquella noche, parte de mi oración fue ofrecerme a Dios para que él me utilizara como lo creyera conveniente. No le dije a nadie acerca de aquella dedicación, pero durante todos los años de mi adolescencia ocupó el lugar de primera importancia en mi mente y a menudo me guió en las decisiones que tuve que tomar.
Unos dos años después nos mudamos a un pueblito en Ohio donde no había congregación del pueblo de Jehová. Aunque todavía dábamos alguna atención al estudio de la Biblia, ya no era con regularidad. La enfermedad, la lucha por criar una familia, las inquietudes de la vida, y el hecho de que a menudo nuestro padre tenía que estar alejado de nosotros debido a negocios, estorbaron la asociación espiritualmente saludable con otros del pueblo de Dios por varios años. Pero aquel entrenamiento temprano había tenido efecto profundo en nosotros los jovencitos. Había echado raíces profundas en nuestro corazón. Uno tras otro dedicamos nuestra vida a Dios. Yo me bauticé, junto con mi hermana, en 1936. Nuestros hermanos ya habían entrado en la obra de predicación de tiempo cabal, el servicio de precursor, y Gertrude y yo teníamos planes de hacer lo mismo.
COMIENZA UN TRABAJO DE TODA LA VIDA
En diciembre de 1938 ambas emprendimos el servicio de precursor, dedicando todo nuestro tiempo a la predicación de la Palabra de Dios. Para este tiempo nuestro hogar se hallaba en Cleveland, Ohio, de modo que servimos allí por unos cuantos meses antes de aceptar una asignación para trabajar en Brookville, Pensilvania. Aquéllos eran tiempos conmovedores. En muchos lugares los testigos de Jehová fueron blanco de persecución durante la II Guerra Mundial. Gertrude y yo pasamos varios días encarceladas por predicar la Palabra de Dios. Entonces la Sociedad obtuvo un recurso de amparo contra varias poblaciones de Pensilvania, y estuvimos libres para llevar a cabo nuestra obra de predicar sin estorbo.
Fue mientras estábamos sirviendo en Warren, Pensilvania, que el entonces presidente de la Sociedad, J. F. Rutherford, anunció un nuevo arreglo para “precursores especiales,” mediante el cual la Sociedad proporcionaría algún sostén financiero a los precursores que estuvieran dispuestos a ir a comunidades donde hubiera necesidad especial de predicar el Reino. ¡Qué emocionadas nos sentimos cuando nos llegaron cartas en que se nos invitaba a participar en esta actividad especial de predicación!
En diciembre de 1941, cuatro de nosotras, precursoras, comenzamos a trabajar bajo el nuevo arreglo en Salamanca, Nueva York. Más tarde, una quinta muchacha se nos unió allí. Pronto se estableció una congregación, se localizó un Salón del Reino y se amuebló, y fue hora de mudarnos a otra asignación. En el ínterin a mi hermana Gertrude le pareció aconsejable regresar a casa para atender a mamá en su última enfermedad. Dorothy Lawrence y yo fuimos enviadas a Penn Yan, Nueva York, en 1944, pero no por mucho tiempo. Ambas recibimos invitaciones para asistir a la Cuarta Clase de la escuela de la Sociedad Watch Tower para el entrenamiento de misioneros, la Escuela de Galaad. Hemos sido compañeras desde entonces.
GALAAD Y ADELANTE
Notamos que muchos de nuestra clase en Galaad habían sabido acerca de los propósitos de Jehová desde la niñez. Aquí, también, encontramos de nuevo al anterior “peregrino” W. J. Thorn. Aunque anciano y con mala salud, todavía podía trabajar todos los días en la Hacienda del Reino de la Sociedad Watchtower, donde estaba situada entonces la Escuela de Galaad. Cuando le recordé sus palabras que habían influido en mí temprano en mi niñez, me dijo que a menudo había usado ese tema cuando hablaba con los jovencitos.
Podría escribir un libro acerca de nuestras grandiosas experiencias en Galaad, pero por otra parte Galaad solo fue un trampolín para cosas mayores que habían de venir. Nuestra primera asignación fue a Cuba, donde llegamos el día primero del año 1946. Habríamos de ayudar a fortalecer una congregación pequeña en un lugar llamado Cienfuegos. El Salón del Reino o lugar de reuniones era la sala grande de nuestro hogar misional. Algunos de la congregación estaban confusos; otros habían dejado de asociarse debido a influencias malas, de modo que nuestro trabajo consistió en visitar y edificar a tantos como fuera posible. Con la ayuda de Jehová tuvimos éxito hasta buen grado.
UNA ASIGNACIÓN DIFERENTE
Nuestra siguiente asignación grande fue a la República Dominicana. Apenas nos habíamos establecido y se nos había concedido residencia permanente cuando surgieron dificultades. Se impuso una proscripción a nuestra obra. El dictador Trujillo ordenó que todos los Salones del Reino fueran clausurados, y se prohibió nuestra obra de predicar. Algunos de los misioneros fueron tomados de allí y enviados a otro lugar, pero Dorothy y yo nos alegramos porque pudimos quedarnos. La obra fue reorganizada con nuevos métodos. Recibimos el consejo de obtener empleo seglar y vivir como residentes comunes.
Eso fue un cambio grande. Encontramos un apartamiento cómodo que daba al mar Caribe, y enseñamos inglés para subsistir. La mayor parte de nuestros estudiantes eran hombres de negocios y diplomáticos de diversos países. Al mismo tiempo teníamos asignado a nosotros un grupito de Testigos, y nos reuníamos en nuestro apartamiento para reuniones y estudios bíblicos. Así los espías de la policía jamás podían estar seguros de cuáles eran estudiantes genuinos de inglés y cuáles eran nuestras hermanas espirituales que entraban y salían de nuestro hogar.
Teníamos una bañera grande en nuestro apartamiento, y resultó muy útil, puesto que no era posible tener bautismos públicos durante aquellos años de la proscripción. De todas partes de la ciudad venían candidatos para bautizarse aquí, e incidentalmente nos era posible mantenernos informadas de lo que estaba sucediendo en otras partes de la ciudad y país. Sé de cincuenta personas, o más, entre ellas muchos jóvenes, que fueron bautizadas en aquella bañera.
En una ocasión en la celebración del Memorial nuestro apartamiento estaba atestado de Testigos. Hubo un aguacero fuerte y todos llegaron completamente empapados, pero teníamos toallas listas para ayudarles a secarse. Y aquella lluvia fue una bendición, porque hizo imposible que los espías oficiales se sentaran en el muro bajito enfrente de nuestra casa para observar lo que pasaba.
ENTONCES A PUERTO RICO
En 1957 todos nosotros los misioneros fuimos deportados de la República Dominicana; de modo que nosotras fuimos asignadas después a Puerto Rico, y nuestra asignación específica fue el pueblecito de Adjuntas en las montañas. Trabajamos duro y progresamos a pesar de la oposición. El clero religioso, católico y protestante, ejercía presión en la gente. Se esperaba que la gente se quedara en la iglesia en que había sido criada. Aun los esfuerzos de la Iglesia Ortodoxa Griega por obtener una posición establecida allí quedaron frustrados. Pero no sucedió así con el pueblo de Jehová, porque hicimos amistad con muchos y tuvimos muchos simpatizantes, hasta personas prominentes.
Tuve aquí una experiencia agradable que tuvo que ver con un muchacho joven de catorce años que se presentó en una casa donde yo estaba conduciendo un estudio bíblico diciendo que había venido a estudiar. Hizo muchos comentarios y numerosas preguntas. Era de carácter alegre y charlaba y se reía la mayor parte del tiempo. No estando muy segura de su sinceridad, investigué un poco y descubrí que su maestra ya estaba estudiando la Biblia conmigo, y ella había despertado su interés. Ella me aseguró que él realmente era sincero.
Efectivamente, progresó asombrosamente. Cuando fue a una ciudad más grande para terminar su educación, siguió con sus estudios bíblicos, participó en el ministerio del campo y con el tiempo se bautizó. Tuvo que quedarse con su familia por un tiempo para ayudar a criar a varios hermanos y hermanas más jóvenes. Al debido tiempo arregló sus asuntos para emprender el ministerio de precursor de tiempo cabal. Más tarde, fue invitado al servicio de precursor especial y ahora es superintendente de la congregación donde sirve como ministro precursor.
Debo relatarles otra experiencia que envuelve a una joven de nuestro territorio. Esta muchacha había sido algo mimada. Su franqueza, aunque sincera y honrada, podía hacer que la gente la considerara irrespetuosa, hasta descarada. La madre realmente estaba preocupada en cuanto a ella. Un día, al volver a casa de la escuela, anunció que había terminado con la Iglesia Católica, aunque su madre todavía iba a misa en ese tiempo. Por su propia cuenta se retiró de la escuela católica y optó por graduarse en una escuela pública.
Pero entonces, cuando su madre comenzó a tener estudios bíblicos con nosotros, la muchacha se opuso furiosamente a la idea. En vano se trató de hacer que por lo menos leyera el libro La verdad que lleva a vida eterna. Desesperada, la madre hizo un trato con ella. Parece que se le había prometido un viaje a España, de modo que su madre le dijo ahora que, si estudiaba el libro antes de ir, le daría una cantidad adicional de dinero para gastos de viaje. No era preciso que creyera el libro, le dijo su madre, con tal que completara un estudio regular de él. La muchacha concordó, y la madre me pidió que condujera el curso de estudio.
Fue difícil. La muchacha trataba de refutar la declaración más sencilla. Yo trataba de mantenerme calmada y me esforzaba por contestar todas sus objeciones, y puesto que ella tenía un buen sentido del humor yo trataba de bromear levemente, aunque al mismo tiempo mantenía la dignidad que corresponde a las “buenas nuevas.” Al acercarnos al fin del libro, me parecía que ella no había aceptado el mensaje de la Biblia que el libro presentaba. En realidad, yo había dudado del juicio de la madre al haber hecho aquel trato con su hija. Sin embargo, ¡un día tuve la gran sorpresa de oírla preguntarme qué libro íbamos a estudiar después! ¡Jehová ciertamente había hecho crecer la semilla!—1 Cor. 3:7.
Cuando reflexiono sobre los pasados treinta y un años de servicio de tiempo cabal en el interés del reino de Dios, solo puedo regocijarme por la vida plena de que he disfrutado. Pues, en cierto sentido, soy más rica que el rey Salomón. Y al observar a las familias con niñitos en el Salón del Reino aquí en la congregación de Río Piedras en San Juan, no puedo menos que pensar en las bendiciones que tendrán los padres que presten atención al consejo de Proverbios 22:6.
Yo, al menos, le doy gracias a Jehová y a mis padres por tan buen y cabal entrenamiento desde la infancia, un entrenamiento que me amoldó a aceptar el camino de Dios con placer.


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