Era un poco pasado de la medianoche. Cinco
hombres armados se acercaron a un edificio alto de San Juan, Puerto Rico. Tres
de ellos eran oficiales de la policía en uniforme. Los otros dos eran agentes
encubiertos.
Reinaba el silencio a medida que subieron a
un piso superior del edificio, donde tres mujeres se unieron a ellos. Estas
ocho personas entonces se acercaron lentamente a la puerta de un cuarto
pequeño.
¿Estaba escondido dentro del cuarto un
criminal peligroso? ¿O tal vez un terrorista que amenazaba la vida de la gente
en la zona? Parecía que tal era el caso, al juzgar por lo que pasó
inmediatamente después.
Dejando a un policía de guarda afuera, los
otros siete abrieron la puerta y entraron en el cuarto. Se acercaron a una cama
en la cual una mujer de 45 años de edad parecía estar muriendo. Al ver
ella lo que iba a sucederle, gritó fuertemente y resistió. Pero de nada sirvió.
La tomaron por fuerza y la amarraron a la cama. Impidieron que la ayudara su
esposo que protestaba la acción y sus tres hijas.
Unas cuantas horas después, contra la
voluntad de ella y contra la voluntad de su esposo e hijas, se llevaron a la
enferma que estaba en condición crítica a otro cuarto. Ahí, se le puso un
cuchillo a la garganta. ¡Le cortaron la garganta para exponer la vena yugular!
La mujer no pudo soportar la tensión de
este tratamiento brutal y cayó en un estado de choque. Nunca se recobró. Su
muerte fue causa de amargo lamento por parte de su esposo, hijas y amigos.
Crimen contra la
humanidad
En muchos países, se consideraría la manera
en que se trató a esta mujer un crimen vergonzoso. Lo considerarían parecido al
secuestro, con amenaza y perpetración de acometimiento añadido. Ciertamente fue
un crimen contra la humanidad, contra la libertad de selección que la gente
debe tener.
¿Por qué es cierto eso? Porque la víctima, la
Sra. Ana Paz de Rosario, fue completamente inocente de toda maldad. En
realidad, se le respetaba como una ciudadana observante de la ley que amaba la
paz. Entonces, ¿por qué se le trató de esta manera brutal?
La habían operado por una enfermedad grave.
Estuvo dispuesta a someterse a esa cirugía, y también hizo claro que estaba
dispuesta a aceptar varias clases de medicación. Pero tenía una sola solicitud.
De las varias clases de tratamiento disponibles, ella dijo que había uno en
particular que no quería. No solo estaba opuesta a ese tratamiento
por motivos médicos, sino porque violaba su conciencia.
Su médico convino en que no era
necesario que se le diera este tratamiento. De hecho, él ejecutó la operación
sin usarlo. Declaró que dicho tratamiento no sería de gran valor en su
caso de todos modos debido a la naturaleza de su enfermedad.
No obstante, tanto antes como después de la
cirugía, sin el conocimiento de ella y sin el conocimiento de su esposo e
hijas, un pariente (por lazos matrimoniales) consiguió órdenes judiciales para
tratar de obligar al médico a darle el tratamiento que ella había prohibido. En
este caso, el tratamiento era una transfusión de sangre.
Una cadena de acontecimientos siguieron en
rápida sucesión. Fiscales, jueces, policías, enfermeras y otros conspiraron
para negarle a la enferma la libertad de decidir lo que se le habría de hacer a
su cuerpo. Se logró conseguir tres diferentes órdenes judiciales, todas sin
consultar a la paciente, su esposo o sus hijas, dos de las cuales son de
edad legal. ¡Dos órdenes judiciales fueron emitidas sin siquiera consultar al
médico de cabecera!
Es necesaria la
libertad de selección
¿Le gustaría a usted que lo trataran así si
fuera un adulto con dominio de sus facultades mentales? Por ejemplo, si un
médico recomendara cierta clase de alimento que según él sería de provecho,
pero usted no quisiera ese alimento, ¿apreciaría usted el que él lo atara
a una cama y le metiera ese alimento por fuerza en el estómago a pesar de sus
protestas? O si él recomendara una medicina que usted desaprobara, ¿cómo se
sentiría usted si se la inyectara en las venas por fuerza?
Entonces, ¿qué se puede decir acerca de un
tratamiento al que se opusiera usted por varias razones? ¿Qué hay si se
opusiera a él debido a conciencia, así como también debido a que el tratamiento
reconocidamente mata a miles de personas todos los años y perjudica a otras
decenas de miles? Ciertamente, como adulto, usted desearía la libertad de
determinar por sí mismo qué clase de tratamiento aceptaría en caso de padecer
de alguna enfermedad.
En el caso de la Sra. Rosario, murió después
del tratamiento brutal. Es muy grande la posibilidad de que su muerte fuera
apresurada, tal vez aun causada, por el choque que este tratamiento vicioso le
causó a su sistema. Es muy posible también que su cuerpo no estuviera en
condiciones de servirse de la transfusión de sangre, y por eso ésta trabajó
contra ella. Es de interés que el facultativo en este caso ya había operado a
otras personas sin usar sangre. No había perdido a un solo paciente debido
a operar sin dar transfusiones de sangre.
Más cirugía sin sangre
Hay cada vez más médicos que realizan
operaciones quirúrgicas sin sangre. ¿Por qué? Debido a las complicaciones
asociadas con el uso de sangre.
Un cirujano que se ha cobrado fama mundial
por su cirugía de corazón al descubierto, el Dr. Denton A. Cooley del
Instituto Cardiaco de Texas en Houston, dijo: “Ya es evidente el hecho de que
gran parte de la cirugía mayor se puede efectuar sin
transfusiones. . . . Nuestra meta es ver cuán poca sangre
podemos usar.” El Dr. Jerome H. Kay escribió lo siguiente a la publicación
The Journal of the American Medical Association: “Hemos evitado las
transfusiones de sangre tanto como nos ha sido posible. . . . Ya
hemos efectuado aproximadamente 6.000 operaciones de corazón al
descubierto en el Hospital Saint Vincent de Los Ángeles. Es nuestra impresión
que desde que no hemos estado usando sangre para la mayoría de los
pacientes, a los pacientes les ha ido mejor.”
El Medical World News informó: “Aunque
se someta toda la sangre donada a las pruebas más sensibles que están disponibles
antes de aprobarla para uso . . . , muchos pacientes
todavía contraen hepatitis después de la transfusión.” Y los datos estadísticos
muestran que, como resultado, por lo menos el 10 por ciento de estas
víctimas de hepatitis mueren. El Dr. Charles P. Bailey, del Hospital St.
Barnabas de la Ciudad de Nueva York, célebre por su cirugía de corazón al
descubierto, declaró: “Los daños por incompatibilidad y daño a los riñones
causados por las transfusiones, aunque muy reducidos, nunca pueden ser abolidos,
sin importar lo cuidadosamente que se escoja sangre ‘compatible.’”
En la revista Let’s Live, un cirujano
dijo: “Al realizar más de 20.000 operaciones quirúrgicas, nunca administré
ni una sola transfusión de sangre y nunca se me murió un paciente por falta
de ella.” Además, el autoritativo Textbook of Surgery de
Davis-Christopher hace notar que “aproximadamente solo 1 por ciento se
administra como procedimiento salvavidas.”
Se puede ver, pues, que la transfusión de
sangre es un procedimiento arriesgado. Como se hizo notar, cada año causa la
muerte de miles de personas y otras decenas de miles son perjudicadas por ella.
En vista de esto, ciertamente el paciente debe tener el derecho de aceptarla o
rechazarla. Ese sería el mismo derecho que usted seguramente desearía en cuanto
a escoger su propio alimento, medicina, vitaminas, médicos o dentistas. Es el
cuerpo de usted el que está implicado. Como adulto en su cabal juicio usted
desea el derecho de decidir lo que le sucederá a su cuerpo.
Pero el negarles este derecho a las personas,
y vencerlas mediante fuerza, es algo que se hubiera esperado de la “edad del
oscurantismo” o en algún campo de concentración nazi. Está completamente fuera
de lugar en una sociedad civilizada.
Objeción religiosa
Adicionalmente, cuando hay motivos religiosos
para oponerse a un procedimiento, entonces la conciencia de la persona está
comprometida. Su adoración del Dios Todopoderoso está incluida en ello. En tal
caso la libertad de selección debiera ser protegida aún más cuidadosamente por
la ley y por los agentes que hacen cumplir la ley.
La Sra. Rosario no se opuso a la
transfusión de sangre simplemente por motivos médicos, sino principalmente por
motivos religiosos. Ella se llevaba por el consejo de la Santa Biblia, que ella
aceptaba como la Palabra inspirada de Dios. La consideraba como la guía para
los que quieren adorar a Dios correctamente.
La Sra. Rosario sabía que las Sagradas
Escrituras prohíben el que uno reciba sangre en su cuerpo. ¿Dónde dice eso la
Biblia? En varios textos, tanto de las Escrituras Hebreas como de las Griegas.
Citando solo uno como ejemplo, la Biblia de Jerusalén (una versión
católica romana) les dice a los cristianos, en Hechos capítulo 15,
versículos 20 y 29, que “se abstengan . . . de la
sangre.” Vea también las versiones católicas de Nácar-Colunga,
Bover-Cantera, Torres Amat y otras. La prohibición también se repite en
otras partes de la Biblia.—Gén. 9:3, 4; Lev. 17:10-14.
Algunos dirán que esto se refiere a beber
sangre, el recibirla en el cuerpo por medio de la boca. Pero la prohibición
está en contra de recibir sangre en el sistema de uno sin importar de qué
manera lo haga. Por ejemplo, si un médico le dijera a usted que no tomara
bebidas alcohólicas, ¿estaría siguiendo sus instrucciones si usted pusiera el
alcohol en una aguja hipodérmica y se inyectara el alcohol en las venas? Por
supuesto que no.
Es cierto que muchas personas pasan por alto
la prohibición bíblica contra la sangre. Eso es asunto suyo, y también su
responsabilidad. Pero la Sra. Rosario fue una persona que sí tomaba en serio
esa prohibición. Por eso, tomando en cuenta la conciencia religiosa, así como
los motivos médicos, y también el derecho humano de escoger lo que se le puede
hacer al cuerpo de uno, lo que le sucedió a la Sra. Rosario fue una horrenda
acometida contra su libertad. El hecho de que se pudo haber perpetrado actos
tan bárbaros contra ella es realmente vergonzoso. Era un caso claro de amenaza
y perpetración de acometimiento.
Cómo se desarrolló el
caso
El caso se desarrolló cuando la Sra. Rosario
fue a una clínica de la vecindad porque tenía dolores del estómago. Le dieron
una píldora para el dolor y la enviaron a casa. Pero, como una semana después,
fue admitida en el Doctor’s Hospital en San Juan como caso de emergencia al cuidado
de un médico.
El médico hizo muchas pruebas durante un
período de siete días. Pero dijo que no podía hallar nada. Sin embargo, le
dijo a la Sra. Rosario que si ella precisaba cirugía, él no operaría
sin sangre. Puesto que al Sr. y Sra. Rosario no les pareció que la estaban
atendiendo bien, decidieron buscar a otro médico que respetara su punto de
vista sobre la sangre.
La Sra. Rosario arregló su traslación del
Doctor’s Hospital. Fue admitida en el Hospital San Martín en San Juan. Allí un
médico que respetaba su punto de vista sobre la sangre convino en aceptar el
caso. En sus investigaciones el médico descubrió que ella tenía gangrena en el
intestino delgado y necesitaría cirugía.
Entremetimiento
Sin embargo, el día anterior, un pariente de
la Sra. Rosario por vínculos matrimoniales tomó por su cuenta ir al fiscal del
tribunal de distrito en San Juan. Declaró que la Sra. Rosario necesitaba
cirugía y que los médicos deseaban permiso para usar sangre. Por supuesto, éste
no era el caso con el médico en el Hospital San Martín. Solo reflejaba el
punto de vista del médico previo en el otro hospital.
Aceptando la palabra de este hombre, y sin
consultar al Sr. o a la Sra. Rosario o a su médico actual, el juez de distrito
Carlos Delgado emitió una orden judicial. Le dio al director médico del primer
hospital, el Doctor’s Hospital, permiso para usar sangre. Pero, por supuesto,
la Sra. Rosario ya había salido de ese hospital.
El día siguiente, la Sra. Rosario que ya
estaba en el Hospital San Martín, se sometió a cirugía. Su médico removió
2,7 metros del intestino delgado que estaban gangrenosos. Se realizó la
operación sin sangre, tal como la paciente y su esposo habían pedido. La
condición de la Sra. Rosario después de la operación era seria, pero estable y ella
estaba consciente.
Al día siguiente, la orden judicial del juez
Delgado llegó al médico en el Hospital San Martín. Llegó tarde porque la habían
dirigido al primer hospital, el Doctor’s Hospital. Pero puesto que ya se había
completado la operación, sin sangre, en el Hospital San Martín, el médico
no vio necesidad alguna de darle sangre entonces.
El asunto debiera haber terminado allí. Pero
siguió el entremetimiento. El día después de la operación, el pariente ya
mencionado se atrevió a volver al fiscal del tribunal de distrito e hizo otra
declaración jurada. Dijo precisamente lo mismo que había dicho en su
declaración previa. El tribunal pasó por alto al médico que había ejecutado la
operación. No lo consultó a él, a la paciente ni a su esposo e hijas.
No obstante, el juez Alberto Toro Nazario del
tribunal de distrito entonces emitió otra orden judicial. En ésta se copió
palabra por palabra la orden emitida unos cuantos días antes. Salvo que esta
vez estaba dirigida al médico del Hospital San Martín.
Al recibirla, el médico le preguntó a la Sra.
Rosario si quería una transfusión de sangre. Ella respondió enfáticamente: ¡NO!
Ella era una persona adulta. Sabía lo que era su posición respecto a la sangre,
y su esposo estaba de acuerdo. El médico entonces hizo que las tres enfermeras
que asistían a la paciente firmaran una declaración de que ella estaba
plenamente consciente y había rehusado aceptar una transfusión sanguínea.
Una orden de arresto
Porque no se había dado la sangre, ¡el
tribunal emitió una orden para el arresto del médico! Se le citó por desacato a
la autoridad del tribunal. Dado que se le entregó la citación, tuvo que
comparecer ese mismo día en el tribunal de distrito ante el juez Edgardo
Márquez Lizardi. No fueron invitados a la vista la paciente, esposo e
hijas. Ni siquiera se les consultó. De hecho, no sabían nada acerca
de la vista o de la orden para el arresto de su médico.
El juez interrogó al médico extensamente. El
médico dijo que no era culpable de desacato a la autoridad del tribunal porque
la orden previa del juez Toro Nazario no declaró específicamente que tenía
que dar la sangre a la fuerza, en contra de la voluntad de la paciente. También
testificó que debido a la naturaleza progresiva de la enfermedad, no podía
garantizar la supervivencia de la paciente aunque se le administrara la sangre.
El juez Márquez Lizardi entonces hizo otra
orden, con la fecha del mismo día de la vista. Pero esta vez contenía más
detalles. Daba instrucciones específicas para que se administrara la sangre a pesar
de los deseos de la paciente. Prohibía que persona alguna interviniera en la
transfusión forzada. El juez declaró que la policía de Puerto Rico debería
encargarse de que la orden fuera cumplida.
A pesar de todas las súplicas que se le
dirigieron, el juez rehusó cancelar su orden. Habría de cumplirse al día
siguiente.
La paciente cae en
estado de choque
La mañana siguiente, a la 1:30, los hombres
armados —los tres policías y dos agentes encubiertos— se unieron a las tres
enfermeras en el hospital. Entraron en el cuarto semiprivado y mandaron que los
otros se salieran. El esposo insistió en que se le permitiera permanecer y se
le concedió. Pero impidieron que hiciera cosa alguna para obstruir el
procedimiento.
La Sra. Rosario resistió y gritó:
“¡No me hagan esto! ¡No soy una delincuente!” Trató de detener a las
enfermeras. Pero prontamente la subyugaron. Le amarraron las manos y pies a la
cama. Así no podría resistir la transfusión que estaban a punto de darle
por fuerza. En este momento, la Sra. Rosario cayó en estado de choque.
Pero los médicos no le pudieron inyectar
la sangre en el brazo. De modo que hicieron arreglos para ejecutar una
operación con el único propósito de abrirle el cuello cortándolo a fin de
llegar a la vena yugular para inyectarle la sangre en este punto. En seguida la
llevaron a la sala de operaciones, la vena yugular fue expuesta, y le metieron
la sangre a la fuerza.
La Sra. Rosario permaneció en estado de
semicoma por algunos días, no pudiendo volver a hablarle a nadie, y luego
padeció de convulsiones. Inmediatamente las enfermeras la pusieron en una
máquina de riñones, una máquina de pulmones y otra máquina. Un médico le dio
más sangre. Poco después, la Sra. Rosario murió.
Considere los posibles efectos adversos de
cualquier transfusión de sangre. Añada a eso el choque de darla por fuerza a
una paciente que no la quiere, hasta amarrándole las manos y pies. Sí, es
muy posible que todo esto fuera responsable de su muerte prematura, o por lo
menos contribuyó a ella. La sangre de esta mujer puede estar sobre la cabeza de
los que fueron responsables de todo este vergonzoso y horrendo asunto.—Éxo.
20:13; Hech. 20:26.
“¿Dónde estoy?”
El Sr. y la Sra. Rosario habían pedido la
ayuda de sus amigos, y también de varios ministros de su religión. Pero
ni siquiera ellos pudieron impedir lo que estaba aconteciendo. Todas las
súplicas que dirigieron a las autoridades fueron en vano.
Uno de estos ministros estaba fuera del
cuarto cuando se cometió este vil e injusto acto. Oyó los gemidos y los gritos
de la Sra. Rosario. Pero puesto que el policía estaba de guarda justamente
fuera de la puerta, no pudo hacer nada.
En un punto, la puerta se abrió de repente y
el esposo, el Sr. Rosario, salió. “¡Miren lo que le están haciendo a mi
esposa!” gritó. Pero alguien dentro del cuarto lo haló hacia atrás al momento
que el policía de enfrente se volvió hacia él. Se volvió a cerrar la puerta.
El ministro no podía soportar más. Bajó,
afligido de corazón, y literalmente nauseado. Lo que había sucedido realmente
le era repugnante. Él describe lo que sintió con estas palabras, pues se decía:
“¿Dónde estoy? ¿Es éste Puerto Rico? ¿Es aquí en este país que en un hospital
se está acometiendo a una mujer críticamente enferma e indefensa? ¡Parece
absolutamente imposible que una cosa tan terrible pudiera acontecer en Puerto
Rico! ¡Pero sí aconteció!”
El médico de la enferma cooperó con los
Rosarios hasta donde pudo, y esto le honra. Pero así como le ataron
literalmente las manos a la paciente, las manos del médico estaban atadas de
modo figurativo. No había otra cosa que él pudiera hacer para ayudar. Pero
como el periódico de San Juan El Vocero informó más tarde, el médico sí
le dijo al tribunal que “las transfusiones de sangre en su condición
no aseguran que el paciente ha de sobrevivir por la condición progresiva
de esta enfermedad en la mayor parte de los casos.”
El periódico también hizo notar el comentario
de un conocido licenciado de derecho constitucional de Puerto Rico. Este
licenciado declaró que el imponer por fuerza una práctica que sea contraria a
una creencia religiosa, siempre que esa creencia no sea contraria a la
ley, “es violación de derechos civiles.”
Otros casos
Esta horrenda acometida contra la libertad
no es un caso aislado. Esta no es la única vez que esto ha ocurrido
en Puerto Rico. En años recientes, ha habido varios casos parecidos. Tanto a
adultos como a niños se les han dado a la fuerza transfusiones de sangre por
órdenes judiciales.
Por ejemplo, recientemente un señor de
36 años de edad se opuso al uso de sangre en el tratamiento de su
enfermedad. Firmó una declaración que libraba al hospital y a los médicos de
toda responsabilidad de lo que ocurriera por no aceptar la sangre. Su
esposa estaba completamente de acuerdo con su punto de vista. Pero los médicos insistieron
en la transfusión sanguínea. El paciente y su esposa pasaron por una terrible y
penosa experiencia. Le dieron drogas al enfermo para hacerlo dormir, y mientras
estaba inconsciente le dieron la sangre, en contra de su voluntad.
Lo mismo que en el caso de la Sra. Rosario,
este señor respetaba la ley del país. Era un ciudadano concienzudo. Pero lo
mismo que la Sra. Rosario, él creía que cuando hay un conflicto entre lo que
quieren los hombres y lo que Dios quiere, lo correcto es “obedecer a Dios como
gobernante más bien que a los hombres,” como dice la Palabra de Dios.—Hech.
5:29.
Es cierto que otros posiblemente
no abriguen sentimientos tan concienzudos en cuanto a este asunto. Y ése
es su privilegio. Sin embargo, a los que sí tienen sentimientos concienzudos se
les debe conceder el derecho que Dios les ha dado de escoger la clase de
tratamiento médico que desean. El administrarle por fuerza un tratamiento
médico a un paciente que no lo desea es arrogancia médica. Es un insulto a
las libertades que la gente durante siglos ha luchado tan vigorosamente para
obtener. Es un insulto a la dignidad humana. Más importante, es un insulto a
Dios. Y algún día, como dice la Biblia en Romanos 14:12, “cada uno de nosotros
rendirá cuenta de sí mismo a Dios.” E incluido en esto están los que tratan de
impedir que adoradores sinceros de Dios obedezcan Sus leyes.
Cada año miles de personas mueren y
decenas de miles son perjudicadas como resultado de transfusiones de sangre. El
Dr. Charles P. Bailey dice: “Los daños por incompatibilidad y daño a
los riñones causados por las transfusiones, aunque muy reducidos, nunca pueden
ser abolidos, sin importar lo cuidadosamente que se escoja sangre
‘compatible.’”
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