lunes, 9 de marzo de 2015

Deleitados en servir como Jehová quiere


Según lo relató Emil H. Van Daalen
Las consecuencias de la I Guerra Mundial se hacían sentir por toda la Tierra. El derrumbe financiero de 1929 hizo que muchas personas se suicidaran debido a la pérdida de sus ahorros. A eso le siguió una extensa sequía, cegadoras tormentas de polvo, plagas de langostas, bajos rendimientos de las cosechas, precios bajísimos para el ganado y los granos, y un rápido aumento en el desempleo. Para remate, la amenaza de otra guerra se vislumbraba en el horizonte. Sí, como se predijo en la Biblia, ‘los hombres desmayaban por el temor y la expectativa de las cosas que venían sobre la tierra habitada’. (Lucas 21:26.)
En aquel tiempo nuestra familia vivía en una granja al este de Dakota del Sur... mis padres, sus siete hijos varones y una hija. Mi madre y mi padre ya habían pasado por la I Guerra Mundial, habían perdido una granja y estaban tratando de empezar de nuevo en otra. Por tener muchos hijos, el temor de que estallara otra guerra les causaba mucha aflicción.
Aprendiendo a hacer la voluntad de Jehová
En aquel entonces yo no tenía la menor idea de que cierta expresión del salmista bíblico guiaría en gran parte casi toda mi vida. Éstas fueron las palabras inspiradas de David: “En hacer tu voluntad, oh Dios mío, me he deleitado” (Salmo 40:8). Todo empezó allá en 1932.
En aquel año Edward Larson, vendedor ambulante, llegó a nuestra casa para mostrarnos sus especias, jabones y cosas por el estilo. Pero él tenía algo más importante... un mensaje. Nos dijo que las iglesias no enseñaban la verdad, que Jesucristo estaba gobernando como Rey celestial, que las buenas nuevas del Reino tenían que ser predicadas y que, después de la guerra de Dios en Armagedón, los justos disfrutarían de vida eterna. (Revelación 16:14, 16; 21:1-4.)
Mi madre, en particular, quedó muy impresionada. Una familia vecina también se interesó en el mensaje. Por lo tanto, en poco tiempo hubo tres familias, incluso los Larson, que “recibieron la palabra con suma prontitud de ánimo, examinando con cuidado las Escrituras”. (Hechos 17:11.)
Más o menos para aquel tiempo llegó a nuestra puerta Ralph Vittum, precursor (proclamador de tiempo completo del Reino) que viajaba en un viejo Ford, modelo T. Mis padres lo invitaron a alojarse con nosotros mientras testificaba a la gente de aquella zona. Solíamos quedarnos despiertos hasta las doce de la noche o la una de la madrugada, mientras él nos explicaba la verdad acerca del Reino y ponía al descubierto la falsedad de las enseñanzas de las iglesias sobre el infierno, la Trinidad, la inmortalidad del alma y otras doctrinas. Aunque no tuvimos un estudio formal de la Biblia, estábamos empezando a entender el propósito de Dios para la humanidad y cómo podíamos hacer la voluntad divina. ¡Qué alivio y gozo fue aquello, especialmente para mis padres!
Con el tiempo conocimos a más Testigos. De ese modo llegamos a formar parte de la congregación de los siervos de Jehová.
Un nuevo propósito en la vida
Todo eso comenzó cuando cursaba el último año de escuela secundaria. En 1934 empecé a participar en el ministerio del campo y me bauticé dos años después. Durante aquel período difícil de sequía y tormentas de polvo, pasé dos semanas testificando en territorio aislado. Preparábamos nuestras propias comidas, y dormíamos en el suelo o en el automóvil, dondequiera que estuviéramos al caer el día. Pero estábamos contentos, pues sabíamos que estábamos haciendo la voluntad de Jehová.
En aquel viaje en particular, conocí a una señora que había obtenido el folleto Dividiendo a la gente. Al leerlo, ella reconoció el mensaje como la verdad, pidió a la Sociedad Watch Tower una gran cantidad de esos folletos y los estaba distribuyendo entre sus vecinos y amistades. Llegó a ser una testigo de Jehová muy celosa.
En octubre de 1938, mi hermano, Arthur, y yo empezamos a servir de precursores. Trabajamos mayormente territorio rural del este de Dakota del Sur y del oeste de Minnesota. Más tarde se nos unieron Homer, otro de nuestros hermanos carnales, y el hermano Carrol Tompkins. Para entonces teníamos una casa remolque y dos automóviles. Trabajamos territorios en Misuri, Luisiana y Iowa. Mientras estábamos en Sioux City, durante 1941, fuimos asignados como precursores especiales a Watertown, Dakota del Sur.
Sirviendo durante los primeros años bélicos
La II Guerra Mundial estaba en curso, y se estaba reclutando a los jóvenes para el servicio militar. Pero ninguno de nosotros tuvo que ir porque se nos reconoció como ministros, predicadores de tiempo completo del Reino. A los agricultores que vivían por Watertown les disgustaba ver a cuatro jóvenes de edad militar ‘perder el tiempo yendo de casa en casa con literatura bíblica’, mientras sus hijos tomaban parte en la guerra. Cierto sábado por la noche estábamos en la calle ofreciendo nuestras revistas bíblicas, cuando llegaron unos agentes de la policía y nos llevaron a la comisaría de policía. Nos dijeron que teníamos que salir del pueblo dentro de dos semanas, o seríamos arrestados. Claro, considerábamos que aquel lugar era la asignación que Jehová nos había dado, y por eso nos sentimos como los apóstoles cuando se les ordenó que dejaran de predicar: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. (Hechos 5:29.)
Dos semanas más tarde, cuando salíamos de nuestra casita de campo para dirigirnos al ministerio del campo, llegó la policía, nos puso bajo arresto y nos llevó a la cárcel. Aquella noche el fiscal municipal —el principal instigador detrás de todo aquello— nos interrogó uno a uno, y el interrogatorio continuó hasta las primeras horas de la madrugada. Pasamos cuatro días en la cárcel. Nos acusaron de muchas cosas, pero la acusación que se usó durante todo el proceso hasta que se llegó al Tribunal Supremo del Estado fue la de que teníamos que recaudar un centavo de impuesto sobre las ventas por cada publicación de 25 centavos que colocáramos, y ese dinero habíamos de enviarlo al gobierno. El Tribunal Supremo decretó que, debido a la naturaleza de nuestra obra, sería ilegal recaudar un impuesto de esa clase. Así Jehová nos bendijo con una victoria, y hoy hay una próspera congregación de testigos de Jehová en Watertown.
Adiestramiento para servicio futuro
Transcurría el año 1942. La guerra estaba en todo su apogeo, pero parecía claro que todavía había mucho trabajo que hacer en cumplimiento de las palabras de Jesús: “Por lo tanto vayan y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos [...], enseñándoles”. (Mateo 28:19, 20.)
Mis dos hermanos y yo recibimos cada uno una solicitud para asistir a la primera clase de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. ¡Imagínese nuestra sorpresa y alegría! ¿Quiénes éramos nosotros para ser bendecidos con un privilegio tan grandioso? Se nos informó que tal vez nunca regresaríamos de nuevo a nuestro hogar de este lado del Armagedón. Era tiempo de tomar una decisión. Pero solo había una respuesta: El hacer la voluntad de Jehová era nuestro deleite (Salmo 40:8). Además, nuestra copa estaba llena y rebosaba cuando supimos que nuestro hermano carnal, Leo, y su esposa, Eunice, serían nuestros condiscípulos. Eso aumentaba a seis el total de miembros de nuestra familia que estarían en aquella primera clase.
Después de varios espléndidos meses de instrucción, tuve el privilegio de recibir adiestramiento especial en el Betel de Brooklyn, junto con dos de mis hermanos. Después, fuimos enviados a servir de superintendentes de circuito. Yo tuve el privilegio de visitar a la mayoría de las congregaciones de los estados de Iowa y Nebraska. Finalmente recibí mi asignación misional. Fui asignado a Puerto Rico, junto con mi hermano Leo, su esposa Eunice y mi primo Donald. ¡Qué bendición! Era patente en verdad la bondad amorosa de Jehová.
Continúo efectuando la voluntad de Jehová en nuevos campos
Llegamos a Puerto Rico el 13 de marzo de 1944. Entonces vino la gran prueba. Pensábamos que éramos pocos y estábamos solos en medio de una población de unos 2.000.000 de personas. ¡Nuestra capacidad para entender español y hablarlo era tan limitada! ¿Podríamos perseverar hasta el final? ¿Estaba nuestra fe lo suficientemente bien fundada? ¿Creíamos realmente que era la voluntad de Jehová que estuviéramos allí? El tiempo diría.
Al segundo día de haber llegado a Puerto Rico nos aventuramos a testificar a nuestros vecinos en un español vacilante. En seguida perdimos la timidez cuando la gente mostró gran bondad y paciencia. Conocimos a las dos precursoras que ya había allí y a los pocos hermanos y hermanas espirituales de Santurce y Arecibo. Se llenaron de alegría al saber que iban a recibir ayuda. La colocación de literatura era fenomenal. ¡Hallamos a tantas personas interesadas en el mensaje que no era posible estudiar con todas las que deseaban aprender la verdad! En una carta que escribí poco después de nuestra llegada, pedí a la Sociedad Watch Tower que enviara a más misioneros, y pronto se nos unieron mis hermanos carnales Arthur y Homer. Más adelante se envió a muchos misioneros más.
Fui enviado a varias ciudades, y eso me dio la oportunidad de ayudar a un sinnúmero de personas a aprender la verdad y dedicarse a Jehová. Una experiencia que recuerdo claramente es la que tiene que ver con Susana Mangual, quien entonces tenía más de sesenta años. Ella vivía en una casa que se había construido a unos 2,5 metros del suelo. Unas escaleras conducían al balcón. Ella era una fumadora empedernida que ya padecía de una tos crónica y que en mucho tiempo no había salido más allá del balcón. Cuando la visité, ella rápidamente mostró interés en el mensaje, y en poco tiempo se empezó un estudio bíblico. Ella progresó rápidamente en la verdad. De camino a una asamblea cristiana, al otro lado de la isla, decidió dejar de fumar y bautizarse. Al regresar a su hogar, ya Susana no se quedaba en casa, sino que salía al servicio del campo con los hermanos. Después de un tiempo llegó a ser precursora regular.
La obra en Puerto Rico siguió extendiéndose hasta que fue necesario que hubiera un superintendente de circuito de tiempo completo. Al parecer, fue la voluntad de Jehová que yo disfrutara de aquel privilegio, y al poco tiempo estuve visitando a las congregaciones, los hogares misionales y los grupos aislados por todo Puerto Rico y las Islas Vírgenes. Pero junto con el progreso de la obra habría otro cambio.
En noviembre de 1951 recibí una carta de la Sociedad, en la cual se me invitaba a ser el superintendente de la sucursal en Cuba. ¡No lo podía creer! ¿Cómo podía hacerme cargo del trabajo de una sucursal que tenía que superentender a casi 10.000 publicadores del Reino? Aunque me sentí muy poco adecuado para la responsabilidad, parecía que era la voluntad de Jehová, así que lo intentaría.
Además de recibir la ayuda de Jehová, los cuatro hermanos de la sucursal trabajaron pacientemente conmigo. Pasé allí dos años maravillosos, y conocí a centenares de hermanos y hermanas espirituales. A muchos les tengo profundo aprecio, y a menudo pienso en ellos.
Sin embargo, estaba a punto de haber otro cambio. Por razones bíblicas pedí un traslado de vuelta a Puerto Rico, y la petición me fue concedida. A mi regreso, la Sociedad me pidió que me ocupara del trabajo de la sucursal allí, lo que significaría muchas horas de trabajo. Pero, otra vez, si ésa era la voluntad de Jehová, eso era suficiente razón para que yo aceptara. Fue bueno estar de vuelta entre los misioneros y los hermanos y las hermanas puertorriqueños. Al poco tiempo una de las misioneras y yo decidimos que podíamos servir a Jehová como matrimonio. Así que en marzo de 1959 Bettyjane Rapp se convirtió en Bettyjane Van Daalen. Hemos estado felizmente casados desde entonces.
La obra de predicar y enseñar estaba adelantando, y era evidente que tenía la bendición de Jehová. No obstante, estaba por suceder otro cambio.
Sigo haciendo gozosamente la voluntad divina
A principios de 1963 fui invitado a asistir a un curso de diez meses que ofrecía la Escuela de Galaad a los superintendentes de sucursal y a sus ayudantes. Ronald Parkin, quien había estado en la clase anterior, se encargaría de la sucursal en mi ausencia. Al final del curso, Jehová me tenía preparada otra responsabilidad, la de encargarme de la actividad de predicar el Reino en las islas Bahamas.
El servir en las islas Bahamas resultó ser una experiencia maravillosa. Mi esposa y yo hallamos que la gente de allí es amigable, tolerante y de inclinación a lo religioso. Las personas están dispuestas a apartar tiempo para considerar la Biblia. Eso lo prueban las experiencias que ha habido con la publicación Mi libro de historias bíblicas.
Cuando los testigos de Jehová estaban ofreciendo ese libro en su actividad de casa en casa, una hermana de 76 años de edad, mientras servía de precursora auxiliar, colocó más de 100 ejemplares. Otra hermana, que vivía aislada en una isla remota, recibió 60 ejemplares y los colocó antes de que hubiera terminado el mes. Sí, la gente de las islas Bahamas tiene en alta estima la Biblia.
Durante los 18 años que mi esposa y yo estuvimos en las islas Bahamas, la obra de predicar el Reino progresó de modo excelente debido a la bendición de nuestro Padre celestial. Los testigos de Jehová son bien conocidos en las islas, y muchos hermanos y hermanas excelentes se están gastando en buscar, mientras todavía haya tiempo, a las personas humildes de cualidades semejantes a las de oveja.
Ahora que estamos sirviendo en Florida, E.U.A., en la obra de predicar de tiempo completo, podemos recordar los muchos años felices que pasamos alabando a Jehová en las islas del Caribe. Hemos descubierto que el ceder a la dirección del espíritu de Dios siempre resulta en abundantes bendiciones. De hecho, la mayor felicidad —el verdadero deleite— viene de servir como Jehová quiere.


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