miércoles, 4 de marzo de 2015

El paraíso: pintarlo o predicarlo... ¿cuál?



Como lo relató Randy Morales
ME CRIÉ en la costa sur de la isla de Puerto Rico, cerca de la ciudad de Guayama. Nuestra casa de campo estaba situada entre plantaciones de caña de azúcar. Era un lugar realmente hermoso, un verdadero paraíso. Creo que aquellos alrededores infundieron en mí el deseo de ser pintor, para captar aquella belleza en el lienzo.
Así fue que, una tarde de fines de agosto de 1948, salí en barco desde San Juan con grandes esperanzas. Iba a la ciudad de Nueva York con sueños de hacerme artista. Solo tenía 18 años de edad.
LA INSTRUCCIÓN ME PRESENTA SORPRESAS
En septiembre comencé a estudiar en el Instituto Pratt de Brooklyn, Nueva York. Uno de nuestros libros de texto, Art Through the Ages (El arte a través de las edades), fue muy revelador, al igual que lo fueron las conferencias semanales sobre la historia del arte. Aprendimos que en el Egipto antiguo se gastaron enormes sumas en decorar los templos y las pirámides, mientras que a la gente se le mantenía en ignorancia, superstición y temor. Algo parecido sucedió en otras naciones, tales como Babilonia, Grecia y Roma. Pero la gran sorpresa para mí vino cuando estudiamos el llamado arte cristiano, especialmente el del período del Renacimiento.
Me alarmó aprender cómo la Iglesia Católica obtuvo los fondos que le permitieron construir todas las fabulosamente ornamentadas catedrales de Europa, especialmente las de Italia y lo que ahora es la ciudad del Vaticano. En clase se consideraron francamente los métodos que utilizaron los diferentes papas para adquirir opulencia. Desde entonces recuerdo la siguiente cita tomada de The New Funk & Wagnalls Encyclopedia de 1949 con relación al papa Alejandro VI:
“Él adquirió riquezas y vivió una vida de placer aun después de su exaltación al papado, que consiguió en 1492 por soborno. . . . Logró engrandecer las fortunas de sus hijos principalmente por lo que robó con poco disimulo de nobles y eclesiásticos, a algunos de los cuales mandó matar o envenenar con ese fin.”
Sí, el modo en que los papas ejercieron su poder para obtener dinero, obreros y artistas para construir templos y palacios para los funcionarios eclesiásticos ciertamente me abrió los ojos. Al respecto, realmente me impresionó un ejemplar especial de la revista Life que se publicó mientras yo asistía a la escuela. Este consideraba las obras del gran escultor y pintor italiano Miguel Ángel Buonarroti, de la ciudad de Florencia.
Aquel ejemplar de la revista Life, con fecha de 26 de diciembre de 1949, decía que el papa Julio II “verdaderamente tuvo que obligar a [Miguel Ángel] a pintar los frescos de la Capilla Sixtina. . . . En dos ocasiones Miguel Ángel rehusó ir a Roma para pintar aquellos murales. Consintió en la tercera ocasión debido a la insistencia del gobierno florentino, el cual temía que el encolerizado papa atacara la ciudad de Florencia con el ejército papal.”
Yo no era excepcionalmente religioso. Mi madre, nominalmente católica, enseñó a mi hermano y a mí a rezar antes de acostarnos. Conservé este hábito, y le oraba a la virgencita, pero mi fe en la Iglesia Católica se desvaneció debido a lo que fui aprendiendo en la escuela. Sin embargo, todavía creía en Dios, y me parecía que tenía que haber un modo apropiado de adorarlo.
BUSCO ALGO MEJOR
Uno de mis compañeros de clase me invitó a unirme a una agrupación de estudiantes protestantes. Ellos invitaban a miembros del clero, entre ellos sacerdotes católicos, ministros protestantes y hasta rabinos, a pronunciar discursos. Asistí, pero quedé desilusionado debido a que nunca se usaba la Biblia. Parecía que los clérigos sencillamente presentaban sus propias ideas y opiniones filosóficas.
A principios de 1950 fui a visitar a una señora que había sido nuestra vecina en Guayama, pero que ahora vivía en el Bronx, Nueva York. Mi madre me pidió que fuera a verla porque ella y aquella señora eran muy buenas amigas. Mientras estuve allí, recibí ejemplares de La Atalaya, una revista que yo no había visto antes.
Dos meses después, en marzo, vino a mi puerta un matrimonio de personas de edad mediana, y me explicaron que estaban hablando a sus vecinos acerca de la Biblia. Invité a aquellas personas a entrar y, por primera vez en la vida, oí lo que significa el reino de Dios. Es un gobierno que traerá paz a la Tierra, sí, y se encargará de que la Tierra sea transformada por todas partes en un hermosísimo paraíso. Aquella fue la primera vez que tuve la oportunidad de manejar la Biblia y reconocer que ésta realmente habla acerca de tales cosas maravillosas. (Sal. 37:9-11, 29; Rev. 21:3, 4) La pareja dejó en mis manos una ayuda para estudiar la Biblia, el libro intitulado “Sea Dios veraz”, y desde entonces ellos y yo tuvimos, regularmente, consideraciones de asuntos bíblicos.
En junio fui a Puerto Rico para las vacaciones del verano. Cuando regresé a la escuela hacia fines del verano, reanudé mis consideraciones de la Biblia y comencé a asistir a las reuniones de congregación que se celebraban en el 124 de la calle Columbia Heights, donde estaban las oficinas centrales mundiales de los testigos de Jehová. Poco después comencé a compartir con otros el maravilloso mensaje sobre una Tierra paradisíaca. Efectué esta actividad yendo de casa en casa, imitando así el ejemplo de los cristianos del primer siglo. (Hech. 20:20) Entonces, el 13 de mayo de 1951, me bauticé en símbolo de mi dedicación a Jehová Dios.
Al fin había encontrado la verdad que libera a las personas. Como dijo Jesucristo: “Conocerán la verdad, y la verdad los libertará.” (Juan 8:32) Sí, nos liberta del temor a un infierno de fuego, el limbo, el purgatorio y otras doctrinas falsas que se enseñan en el nombre de Dios. Nos liberta de la sujeción a líderes religiosos que comúnmente son amadores de las riquezas, el dinero y el poder terrestre. Nos liberta de creer que la paz mundial depende de que los líderes políticos arreglen los problemas mundiales. Y nos liberta del temor de que la Tierra sea destruida por terribles armas atómicas en manos de impíos.
¿CARRERA DE ARTISTA, O DE PREDICADOR?
Para 1952, ya por casi cuatro años había estado estudiando para ser artista. ¿Qué haría? De regreso a Puerto Rico, mi deseo de compartir lo que había aprendido de la Biblia era más fuerte todavía que mi deseo de hacerme artista. Por eso, en agosto de 1952 comencé a predicar en servicio de tiempo completo como precursor. Para fines del año habíamos establecido una pequeña congregación de ocho o nueve testigos nuevos para Jehová en Guayama. Pronto la congregación llegó a tener 18 miembros.
Después, en julio de 1954, a otro Testigo y a mí se nos invitó para que sirviéramos de precursores especiales. Nuestra asignación fue Yauco, un pueblo en la costa sur de Puerto Rico. Allí no había Testigos, pero pronto encontramos a personas que mostraron interés en el mensaje, a pesar de que los líderes religiosos locales advirtieron a la gente que no nos escuchara. Después de siete meses mi compañero se marchó, pero yo permanecí allí dos años, y para mi sustento efectué algunas labores artísticas. Actualmente en Yauco hay tres congregaciones fuertes de testigos de Jehová.
PRIVILEGIOS ESPECIALES DE SERVICIO
En 1957 fui invitado a la escuela de misioneros de Galaad, en el estado de Nueva York. La ceremonia de graduación de la clase 31 de Galaad se celebró el 27 de julio de 1958, en el Estadio Yanqui, durante la Asamblea Internacional “Voluntad Divina” de los Testigos de Jehová. ¡Hubo una sorprendente concurrencia total de 180.291 espectadores! Fui asignado a Honduras para trabajo misional allí, y finalmente llegué a aquel país en diciembre de 1958.
Al poco tiempo fui asignado a visitar congregaciones de los testigos de Jehová como superintendente de circuito. ¡Qué experiencia fue recorrer el país! A menudo viajé por la varonesa (el autobús local), en otras ocasiones viajé por tren o por cayuco (el bote de remos local), a veces viajé por avión, y hasta viajé montado en mula o a caballo para poder llegar a áreas remotas.
Nunca olvidaré la primera vez que monté a caballo; bueno, en realidad era una mula. Alguien me había puesto una espuela en la bota derecha, y supongo que piqué a la mula con demasiado brío, pues salió a galope tendido, mientras yo hacía esfuerzos por no caerme. ¡Al fin pude detenerla y salvarme el pellejo!
En enero de 1961 me casé con Johneth Fischer, quien había sido misionera en Honduras desde 1952. Nuestra primera hija, Jeanneatte Rose, nació a fines de aquel año. Después de eso permanecimos en Honduras por casi dos años, pero debido a que las responsabilidades de familia siguieron aumentando regresamos a Guayama y comenzamos a trabajar con la congregación de allí, de aproximadamente 20 publicadores del Reino.
Tuvimos el gozo de ver crecer la congregación de Guayama. Entre las personas a quienes ayudamos estuvo mi madre. Ella aceptó las verdades de la Biblia que enseñábamos, y su bautismo nos produjo verdadero gozo. Ella murió en 1970, y oro a Jehová que la recuerde en la resurrección. Esta ciertamente es una esperanza que nos estimula a mantenernos en el servicio de nuestro Padre amoroso.
El 6 de junio de 1976 fui invitado a ser miembro del Comité de la Sucursal de los Testigos de Jehová, que superentiende las actividades de los testigos de Jehová en Puerto Rico. Tuve un privilegio adicional de servicio en 1978, cuando fui invitado a Nueva York para asistir a la Escuela de Galaad para Sucursales. Además, mi esposa y yo hemos sido bendecidos con cinco hijos, y es un verdadero gozo verlos servir a su Creador de buena gana y poner su confianza en él.
Ya han pasado muchísimos años desde cuando la pintura era mi principal actividad en la vida. Conste que todavía es importante para mí. La pintura me proporciona verdadero placer, y me ha ayudado a mantener a la familia. Espero que, si es la voluntad de Jehová, en Su Tierra paradisíaca pueda satisfacer más plenamente mi deseo de reproducir en el lienzo las maravillas de sus magníficas creaciones.


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